10 Febrero 2011
David H. Roper
LEA: Lucas 12:13-21
Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. —Lucas 12:34
Biblia en un año:
Levítico 8–10
Mateo 25:31-46
Levítico 8–10
Mateo 25:31-46
Observo las fluctuaciones del mercado de valores y reflexiono acerca de los efectos del miedo y de la codicia. Un personaje de una película de los años 80 tenía esta filosofía: «La codicia, a falta de una palabra mejor, es buena. ¡La codicia está bien! ¡La codicia funciona! […] ¡La codicia salva[rá …] a nuestro país!» ¡Qué concepto tan equivocado!
Pienso en aquella ocasión en que un hombre le pidió a Jesús que ejerciera de juez e hiciera que su hermano compartiera con él su herencia. El Señor rechazó su pedido, pero luego hizo por ese hombre algo mucho mejor. Señaló el motivo que estaba detrás de lo que pedía y las consecuencias que produciría: «Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15).
Después relató la parábola sobre un hombre que había logrado una cosecha extraordinaria y que comenzó a planificar cómo incrementar sus riquezas y disfrutar de ellas. Concluyó, diciendo: «Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios» (vv. 20-21).
El problema con la codicia es que, a la larga, nuestros bienes se van. Pero lo que es aun peor… nosotros también nos vamos. Es mejor almacenar tesoros en el cielo, invertir en riquezas espirituales y hacernos «ricos para con Dios».
Nuestra verdadera riqueza es lo que invertimos para la eternidad.
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